sábado, 10 de enero de 2009

DISCIPLINA Y LIBERTAD



Una de las cosas que todos añoramos en nuestra vida es descubrir la libertad verdadera del espíritu. Estamos atados por muchas cosas – por el miedo y por el tratar de proyectar la imagen de nosotros en lo que los otros esperan ver. Creo que la gente sufre una gran frustración porque no pueden ser ellos mismos ni porque tampoco pueden hacer contacto con ellos mismos.

James Joyce describió a uno de sus personajes como a “alguien que vivía a cierta distancia de sí mismo”. Ahora bien, lo que Jesús vino a proclamar es precisamente esta libertad. La libertad de ser nosotros mismos, la libertad de encontrarnos a nosotros mismos por El, con El y en El. Es el camino a tu propio corazón. Es el camino a la profundidad de tu ser donde simplemente eres – donde no tienes que justificarte o disculparte, pero simplemente gozar el regalo de tu ser. La libertad no es sólo liberarnos de cosas. La libertad cristiana no es sólo liberarnos del deseo o del pecado. Somos libres para estar en unión íntima con Dios, que en otra forma de expresarlo, es estar en infinita expansión al Espíritu de Dios.

La meditación es entrar a la experiencia de ser libre para Dios, trascendiendo el deseo, el pecado, renunciando a nosotros mismos; trascendiendo el ego, renunciando a ello, para que todo nuestro ser entero esté totalmente disponible para Dios. Es en esa profunda disponibilidad que nos encontramos a nosotros mismos. Considera estas palabras de Jesús:

Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os librará.

La meditación es simplemente habitar en la revelación, habitar en la misma visión de Dios.

Para meditar debes aprender a estar totalmente quieto y esto es disciplina. Cuando medites debes tomar unos minutos para encontrar una postura cómoda. Ahora bien, a todos nos ha pasado durante la meditación que queremos movernos, pero al no hacerlo, al permanecer quietos, pasamos la primera lección que es la de trascender nuestros deseos y superar esa fijación que tenemos de nosotros mismos. La meditación involucra una disciplina real y esa primera disciplina es la del poder sentarnos y permanecer quietos. Es importante tener cuidado con algunos detalles como utilizar ropa floja, encontrar una silla o un cojín cómodo, para que estés confortable y entres a esta disciplina en total entrega y generosidad.

Luego debes cerrar tus ojos suavemente y empezar a repetir tu mantra :
– Ma-ra-na- tha. El objetivo de repetir la palabra es salirte, gentilmente y poco a poco, de todo lo que te lleva a pensamientos, ideas, deseos, o pecados. De esta forma empiezas a moverte en dirección de la presencia de Dios, volteándote o saliéndote de ti mismo, pero hacia el encuentro con El. Repite la palabra de una forma gentil y suave y repítela de una forma relajada, articulándola en silencio, interiormente, en tu mente: “Ma-ra-na-tha”. Gradualmente, en la medida que sigas meditando, la palabra se arraigará en tu corazón. Esta experiencia de libertad de espíritu es la de unión de mente y de corazón con Dios.

Cuando comiences a meditar tu mente te hará muchas preguntas: ¿Es ésto para mi? ¿Qué significa? ¿Debo hacer ésto? ¿Qué obtendré con ésto? Y así sucesivamente. Debes de renunciar a todas estas preguntas. Debes trascender cualquier auto-pregunta, y debes meditar en la misma actitud que la de un niño en total sencillez. En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18,3.

Entonces mi consejo es que digas tu palabra y te alegres de decirla y de permitir el regalo que Dios te da. No exijas. Debemos meditar sin hacer solicitudes o exigencias, sólo con la generosidad de espíritu que nos permite estar presentes tanto en nosotros mismos como en Dios. La meditación es algo muy sencillo. En la medida que medites te irás haciendo más sencillo, y menos complicado. Como lo has de saber, nada de lo que verdaderamente vale en la vida se puede obtener sin haber logrado trascender algo. Cuando renunciamos a nosotros mismos esto nos trae una profunda alegría. Meditar es tener las agallas y la valentía de quitar la atención de nosotros mismos y ponerla totalmente en Dios.

Estamos acostumbrados a vivir en frente de miles de espejos viéndonos a nosotros mismos y constantemente viendo como nos ven otros. La meditación es definitivamente romper con todos esos espejos. Es mirar, no a los reflejos de las cosas o de nosotros mismos. Es mirar a la realidad de Dios y en esa experiencia logramos la expansión al infinito. Esta es la libertad de espíritu. La libertad es el fruto de la disciplina así que si deseas aprender a meditar es absolutamente
necesario que lo hagas todos los días. Cada día de tu vida, cada mañana y cada noche. No hay atajos. No hay cursos rápidos. No hay misticismo instantáneo. Es simplemente un cambio gradual de dirección. Es el cambio en el corazón que ocurre cuando dejas de pensar en ti mismo y empiezas a abrirte a Dios, a su maravilla, a su gloria y a su amor.



PADRE JOHN MAIN, OSB


FUENTE: LA COMUNIDAD MUNDIAL PARA LA MEDITACIÓN CRISTIANA

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