sábado, 2 de mayo de 2009

EUCARISTIA DIA DEL TRABAJADOR

ESTIMADOS (AS) :

Me permito compartir con Uds., texto de la homilía de la Misa por el Día del Trabajo.


VIVIR EL EVANGELIO DEL TRABAJO HUMANO

Homilía en la Misa por el Día del Trabajo
Catedral de Rancagua, 30 de abril de 2009

Textos bíblicos
Gén. 1,26 – 2, 3
Mt. 13,54 – 58
Queridas (os) hermanas (os):

Como cada año, nos reunimos en las vísperas del Día del Trabajo para orar y reflexionar.
Fue en 1955 que el Papa Pío XII instituyó el 1º de mayo la fiesta de San José Obrero para confiar a su protección a las trabajadoras y trabajadores del mundo entero. La figura de San José, el humilde artesano de Nazaret, nos orienta hacia Cristo, el Salvador de todos, el Hijo de Dios que compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado.
Como nos decía el Génesis, el hombre y la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios y Él les encomienda el poder maravilloso de participar en la obra creadora de Dios y de llevarla a su plenitud.

Desde la creación el trabajo es un auténtico valor humano.
Perfeccionar el mundo, dignificar el trabajo humano, hacer participar a todos de los bienes dados por Dios a todos, son consecuencias claras y evidentes del mandato bíblico del Creador.

Jesús en el Evangelio había asombrado a todos por su sabiduría, su cercanía a todas las realidades humanas, por sus signos y milagros.

En Nazaret, su pueblo natal, en cambio, encuentra rechazo, desconfianza, incredulidad. Conocían su origen humilde y la condición social de su familia. Decían con cierto desdén y desprecio: “¿No es éste el hijo del carpintero? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?” (Mt. 13, 55-56). Es mirado en menos. Estos textos bíblicos de hoy nos sugieren tres aspectos para nuestra festividad de San José Obrero y el Día del Trabajo.

1) La dificultad que aún hoy encuentra el anuncio del Evangelio en sectores de nuestra sociedad.
2) La dignidad del trabajo humano, puesto que el mismo Hijo de Dios quiso practicarlo.
3) La solidaridad de Cristo con todos los trabajadores.

Digamos algo de estos tres aspectos.

1) La dificultad que aún hoy encuentra el anuncio del Evangelio en sectores de nuestra sociedad
Jesús, en su peregrinar en este mundo, anunció el Reino de Dios con sus palabras y con su vida. La Buena Nueva de Jesús toca todas las realidades humanas. Nada hay de lo humano que no sea tocado y transformado por Jesús y su Evangelio.

En su época, Jesús por decir lo que dijo y hacer lo que hizo, fue sentenciado y condenado a muerte. Pero el poder de Dios lo resucitó y la muerte ya no tiene dominio sobre Él: es el Eterno viviente.

La Iglesia en la historia humana y hasta el fin de los tiempos, tiene la misma misión de Jesús.
Jesús y su Iglesia defienden la vida humana desde su fecundación hasta su muerte natural. “Tratándose de la defensa de la vida, el ideal democrático es solamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana. Un cristiano debe ser un artesano y testigo de la cultura de la vida y está llamado a defender y privilegiar siempre la vida sin exclusión” (CECh 24-IV-2009).

Jesús y su Iglesia señalan los grandes valores sobre los cuales se ha construido la historia patria y debe seguir construyéndose: “la centralidad de la familia, fundada en el matrimonio; la dignidad de toda vida humana; la solidaridad con los pobres; el derecho y deber de los padres de educar a sus hijos; la libertad religiosa, y otros valores que la Iglesia declara irrenunciables” (CECh 24-IV-2009).

Jesús y su Iglesia hacen una propuesta de sexualidad humanizadora que enaltezca la dignidad de la mujer y del varón, que respete el orden natural de la creación.

No siempre fue comprendido Jesús en sus enseñanzas. No siempre es comprendida su Iglesia hoy en lo que proclama. La Iglesia no está para agradar y halagar a los amos del mundo, sino para señalar la verdad que viene de Dios. Con humilde y firme voz la Iglesia, como Pedro el apóstol señala: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hechos 4, 20)

2) La dignidad del trabajo humano, puesto que el mismo hijo de Dios quiso practicarlo
La Iglesia santifica hoy la fiesta del Trabajo para proclamar el valor real de esta actividad humana, para aprobar y bendecir la acción de los trabajadores en la lucha que llevan adelante por obtener mayor dignidad, justicia y libertad. Las Encíclicas Sociales, especialmente de Juan XXIII, de Pablo VI y de Juan Pablo II son profundamente luminosas. El magisterio de Benedicto XVI, en múltiples mensajes y homilías actualiza esas enseñanzas.

Recientemente los Obispos de Chile, ante la crisis económica que vivimos señalamos:
“Desde la fe en Cristo resucitado, Señor de la Vida, surge un aspecto esencial para quienes anhelamos vivir las crisis actuales en clave cristiana. Debemos manifestar una preocupación especial por la vida de los pobres. Tampoco escapa a nuestra solicitud la realidad que vive la inmensa mayoría de la clase media de nuestro país. Desde nuestras diócesis conocemos muy bien cómo la crisis está afectando a muchos sectores de sus familias y habitantes. El cierre de fuentes de trabajo, la cesantía que ello significa, el derrumbe emocional de quienes están en esa situación, los tan dolorosos efectos en la vida familiar, la congelación de estudios superiores, la incertidumbre, son sólo algunos dramáticos efectos. Pero la crisis financiera mundial, cuyas nefastas consecuencias percibimos a diario, tiene un origen mucho más grave, que dice relación con el extravío de los valores éticos y la consecuente vida moral. El Papa Benedicto XVI lo dijo con claridad en su encuentro con los sacerdotes de Roma: “Al final, se trata de la avaricia humana como pecado o de la avaricia como idolatría. Nosotros debemos denunciar esa idolatría que se opone al Dios verdadero y que falsifica la imagen de Dios a través de otro dios, el dios dinero”. Queremos invitar a nuestras comunidades a actuar solidariamente, y a los chilenos todos a cuidar responsablemente las fuentes de trabajo. Apelamos a la creatividad y a la responsabilidad social del Estado, de los empresarios y de los mismos trabajadores, para no perder fuentes de trabajo y promover nuevos puestos laborales. Hacemos también un llamado a los docentes de nuestras Universidades y centros de estudios a estudiar en profundidad la actual crisis y a buscar propuestas para una economía que respeten las nociones de equidad, justicia y bien común, y abra camino a los pobres para que vivan conforme a su dignidad humana” (CECh, 24-IV-09)

El costo social de la actual crisis no lo pueden pagar los más pobres. De cara al bicentenario y las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias urgen debates verdaderos, claros y transparentes para superar la injusta pobreza de los pobres y construir un país más equitativo y solidario. Es preciso como dice Benedicto XVI “elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y la solidaridad.

3) La solidaridad de Cristo con todos los trabajadores
Cristo comparte la humilde condición del trabajo manual y de hacerse así solidario con todos los trabajadores de todos los tiempos, sobre todo los más débiles y pobres, que son los más expuestos al desgaste de la fatiga física, del abuso deshonesto e injusto. Esa vida y elección de Cristo es el fundamento de la solidaridad de la Iglesia y de todo creyente con los más pobres y los más humildes. ¡Es una exigencia del Evangelio! ¡Es una exigencia de nuestra fidelidad a Cristo!
Chile, nuestra amada Patria, requiere avanzar mucho más en justicia social, especialmente desde la perspectiva de los trabajadores. El diálogo empresa-trabajadores no es lo suficientemente fluido, equilibrado. De los casi 8 millones de trabajadores, solo el 13,5% está organizado sindicalmente, menos del 10% puede negociar colectivamente.
La enseñanza social de la Iglesia “reconoce la función fundamental desarrollada por los sindicatos de trabajadores, cuya razón de ser consiste en el derecho de los trabajadores a formar asociaciones o uniones para defender los intereses vitales de los hombres empleados en las diversas profesiones” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 305).

La organización de los trabajadores es fundamental para defender sus legítimos intereses: una organización que trabaje por la dignificación de todos, libre de toda tutela de partidos políticos, que se esfuerce por la justicia social, por los derechos de los hombres de trabajo. Es una lucha a favor del justo bien, no es una lucha contra los demás (Doctrina Social de la Iglesia, 306).
El sindicato es un medio para la solidaridad y la justicia.

Oremos, hermanas y hermanos, al presentar ahora nuestros dones y ofrendas, nuestras herramientas de trabajo, el pan y el vino. Cristo se hace presente en medio nuestro, nos alimenta con el Pan de Vida que es Él mismo y nos llama e invita a vivir el Evangelio del trabajo humano.
A Él, el honor y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua


Rancagua, 30 de abril de 2009.