jueves, 18 de septiembre de 2008

FIESTAS PATRIAS

ESTIMADOS (AS) :

Comparto Homilía de Te Deum de Fiestas Patrias, Iglesia Catedral de Rancagua 18 de Septiembre 2008

¡A Ti, oh Dios, damos gracias en el día de la Patria que amamos!

En torno a la palabra de tu Hijo Jesucristo, que nos hace parte de su mesa y nos invita a comer y beber con Él, nos congregamos hoy para presentar nuestro Chile, esta región, esta ciudad. Para ofrecer lo que somos, nuestras luces y nuestras sombras. Para dar gracias por los hermosos dones con que el Señor nos bendice, ante todo por el maravilloso regalo de la fe que recorre nuestro pueblo.

Chile, hoy de norte a sur, agradece a Dios los dones recibidos. Los chilenos miramos nuestra realidad, sin olvidar lo que nos dijera Benedicto XVI en la Conferencia de Aparecida, Brasil, el año pasado (13 de mayo):

“¿Qué es esta ‘realidad’? ¿Qué es lo real? ¿Son realidad sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último medio siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de la realidad con la amputación de la realidad fundante, y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas”

Afortunadamente, Chile tiene en su historia y en su tradición la realidad de Dios. Este es un pueblo mayoritariamente creyente y los que no tienen el don de la fe anhelan, como todos los creyentes, una patria digna y justa para todos.

Tengo fresca en mi memoria la experiencia inolvidable que he vivido este año al poder celebrar el pasado 16 de julio la fiesta de Nuestra Señora del Carmen en el santuario de La Tirana, junto a la devota presencia de miles de compatriotas y entre ellos la primera autoridad de la Nación. Una expresión de amor del pueblo chileno a nuestra Madre, reconocida por la sociedad civil al decretar la fecha como Feriado, y reconocida también por la Iglesia al declarar la fiesta como Solemnidad, el más alto grado de nuestra liturgia.

Quiero traer hoy a esta iglesia Catedral esa hermosa escena que viví ese día en el norte: la Madre que nos convoca para mostrarnos a su Hijo, camino, verdad y vida… un pueblo que se reúne para tributar su cariño en la fe cristiana, la devoción, el canto y el baile… unas autoridades nacionales y locales que acompañan el sentir y las expresiones de la gente a la que ellos mismos se deben en su servicio. El Señor nos dice en el Evangelio de este día que Él está entre nosotros “como el que sirve”. La invitación es a quienes se cuentan entre “los grandes”, a comportarse como los menores, y a los gobernantes como servidores.

Esta palabra cobra una gran trascendencia en la época que vivimos, en que la autoridad se pone en crisis, lo mismo que su manera de ejercerla. Ocurre en la intimidad del hogar cuando las autoridades materna y paterna pierden fuerza, respeto y a veces hasta legitimidad. Sorprende que tanto en la familia como en el colegio la tarea de formar la conciencia moral en hijos y alumnos sea vista como una imposición ajena y arbitraria. Si una educación no pone límites difícilmente se ayuda a las futuras generaciones a que puedan ejercer una libertad responsable.

Esta realidad afecta también al ejercicio de la Política, cuyo actuar se desprestigia, lo mismo que el de legisladores, jueces y dirigentes gremiales. También se desacredita a las instituciones, y entre ellas, las confesiones religiosas no somos ajenas a este rechazo.

Ya en el Concilio Vaticano, la Iglesia “alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio” (GS, 75). Agregaba este documento conciliar: “Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal”.

Urge reivindicar la nobleza de la vocación política y del servicio público para poder recuperar la calidad de la política y su dignificación. Es cierto que, como toda actividad expuesta al escrutinio público, los errores –que los hay- deben ser corregidos y los eventuales delitos sancionados.

El 25 de julio último, convocados por el Cardenal Arzobispo de Santiago, Monseñor Francisco Javier Errázuriz Ossa, los diferentes partidos del país firmaron el Compromiso por el Bicentenario. En siete puntos destacaron su compromiso. En el tercero señalaron: "Comprometemos toda nuestra voluntad en la búsqueda del bien común, mediante una actividad política leal y honesta, que debe ser respetuosa de las ideas ajenas y dispuesta a valorar las concordancias por sobre las legítimas discrepancias, que siempre existirán.
Somos todos concientes de la responsabilidad que tenemos como dirigentes de Partidos Políticos, pues éstos son instrumentos indispensables en el buen funcionamiento de las instituciones democráticas".

La Patria agradece a todos los políticos su servicio en la construcción del bien común y en la preocupación sincera por los demás, particularmente por los más pobres. La Patria les llama también a una sincera autocrítica, para revisar su quehacer y enmendar rumbos en lo que sea necesario, de tal modo que la ciudadanía recupere su confianza en la política y en los diversos actores políticos. No es justo, por errores e incoherencias de algunos políticos, generalizar estas opiniones negativas.

Cuando se cae en generalizaciones y se denigra a todos los políticos, en el hogar, en las conversaciones sociales, en los medios de comunicación, etc., progresivamente se va instalando y legitimando una cultura de desconfianza hacia el servicio público. Cuando se erosiona la confianza en los representantes y los servidores públicos, se abre el camino a las propuestas autoritarias, a los caudillismos y populismos. Nuestro país debe aprender de su doloroso pasado reciente. Y esto no es sólo tarea de las autoridades, también y más decisivamente de todos los ciudadanos, en sus conciencias y en sus actitudes.

La Enseñanza Social de la Iglesia nos lleva a acentuar determinados aspectos que conviene recordar. Por ejemplo:
• la relación inseparable que existe entre el cambio de las estructuras y el cambio del corazón,
• el destino universal de los bienes,
• el justo equilibrio entre el respeto a la naturaleza y un desarrollo sustentable,
• la opción preferencial por los pobres,
• la exigencia de una educación integral y de óptima calidad para todos los niños y jóvenes, más allá de su condición económica,
• la defensa de los débiles y la protección de los extranjeros y su fraternal acogida,
• la oposición al dominio ejercido por el dinero,
• la autoridad ejercida como servicio al bien común,
• el protagonismo de la sociedad civil (principio de subsidiariedad),
• la preferencia por métodos pacíficos y el diálogo en la búsqueda de la paz.

Es a los mismos servidores públicos, a las autoridades, dirigentes políticos y en esta etapa electoral de un modo especial a los candidatos, a quienes corresponde la tarea de dar un primer paso para dignificar su vocación de servicio. Este país necesita escuelas de buena política, lecciones de convivencia cívica, de amistad fraterna. ¿Qué estamos haciendo para mejorar nuestra educación política desde las universidades, los centros de estudio, los partidos políticos, las instituciones sociales y religiosas?

Es necesario y urgente re-encantar a las nuevas generaciones a la valoración y nobleza de la vocación política y del servicio público. A hacerles comprender de manera vital que “vale la pena trabajar por una sociedad más justa, que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás” (Juan Pablo II, Santiago de Chile, 2 de abril de 1987). A que hagan vida aquellas hermosas y proféticas palabras que les dijera Juan Pablo II en Chile: “El futuro de la justicia, el futuro de la paz, pasa por tus manos y surge desde lo profundo de tu corazón. Sé protagonista en la construcción de una nueva convivencia, de una sociedad más justa, sana y fraterna”.

En camino al Bicentenario de la independencia nacional, tenemos un desafío que nos llena de esperanza. Consagrar la vida a servir al bien común de la sociedad, en especial a los más desvalidos, es una meta buena y noble. A los niños y jóvenes de Chile que miran con interés y entusiasmo hacia las sedes del Gobierno y los poderes del Estado, les invitamos a seguir admirando esta noble vocación de servicio público. A quienes la ejercen, les pedimos coherencia y consecuencia en la delicada y trascendente misión que les compete. Y a todos quienes decidimos y aportamos con un voto, con una opinión, sobre el caminar de nuestro Chile, nos corresponde actuar con madurez cívica, a informarnos y formarnos adecuadamente, a ejercer nuestros derechos con la misma fuerza que asumimos nuestros deberes y responsabilidades. Porque la autoridad es un servicio, y esta patria es de todos.

A Jesucristo, Señor y salvador de todos, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua





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